lunes, 9 de septiembre de 2013

¡Verde, Blanca y Negra!



Un día como ayer, cada año resuena la misma melodía. Esa que dice: Nuestras voces se alzan, nuestros cielos se llenan. De banderas, de banderas: verde, blanca y negra.

Muchos ya sabréis a los que me refiero. Mis paisanos, vosotros la habréis oído desde pequeños. Como yo. Cuando cada año los maestros nos la repetían y repetían hasta hacérnosla aprender para el festival escolar de turno.

Y no se nos olvida porque, como digo, cada año el 8 de septiembre nos la recuerdan los actos que tienen lugar en la región. Es como si solo ese día nos sintiésemos orgullosos de la tierra a la que pertenecemos. Pues no. Somos muchos los que a pesar de estar lejos de nuestra Extremadura, nunca la dejamos en el olvido.

Y para los que sufran pérdida de memoria, o para los que aún no tienen a esta región en su mente por desconocimiento, aquí os traigo una selección de imágenes de sus rincones. Os invito a visitarlos… ¡Feliz Día de Extremadura! 
Plaza Mayor (Cáceres)

Gargantas (La Vera)       

Balcón típico (Garganta La Olla)

Puente Romano, sobre el Río Guadiana (Mérida)
Catedral de Plasencia (Plasencia)
La Terrona, encina milenaria
Detalle del Casillo de Montánchez
Estación de Autobuses (Casar de Cáceres)

Museo de Arte Romano (Mérida)


Teatro Romano (Mérida)
Templo de Diana (Mérida)

Basílica Visigoda de Santa Lucía del Trampal (Alcuéscar)
   

martes, 6 de agosto de 2013

Un capricho al sol



Hoy me siento muy afortunada… No, no me ha tocado la lotería, para eso tendría que echarle. Pero, os lo repito: me siento afortunada. Y es que hay una frase muy manida que dice: quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Y por eso hoy me siento la persona más rica del mundo. Hecho la vista atrás y recuerdo a todas las personas que he conocido en mi vida y con las que sé que a pesar de la distancia, el tiempo o las circunstancias podría contar siempre.

Bueno, como no os quiero aburrir con la importancia de la amistad y lo mucho que significa conservar a esas personitas que llamamos amig@s, voy directamente al grano para que lo entendáis todo mucho más rápido.

En mi anterior post os lo decía, el verano hay que exprimirlo al máximo. Para mí suele ser una época de reencuentros. Y precisamente, estos son los dos conceptos que uní hace un par de semanas: reencuentros y amistad. ¡¡Imaginaos la bomba resultante!!





Las cuatro amigas que hace unos años optamos por la profesión más bonita nos reencontramos hace unas semanas en la Costa del Sol. En Marbella. Pero antes de traeros un trocito de sus playas, dejarme que os presente a alguien.

Se trata de mi amiga Joana que, al igual que yo, ha decidido embarcarse en este curioso y apasionante mundo bloguero. Os animo a que conozcáis su blog: My fair lady. En él podréis viajar, saborear o estar a punto para cualquier momento del día o de la noche. Bueno, pues ahí os lo dejo. Espero que os guste tanto como a mí. Ya me contaréis que os parece mi propuesta
Hoy, sin su permiso, os voy a mostrar un lugar exclusivo que conocimos de su mano en la costa marbellí durante nuestro reencuentro. Un sitio para relajarse en Marbella. No sé si alguno había pensado en pasar sus vacaciones en la Costa del Sol, pero para los que lo tengáis en la lista de tareas pendientes, aquí va un capricho al que los más osados no podréis negaros.




Trocadero. Así se llama. Es un restaurante en la playa. Los precios son bastante elevados, por lo que nosotras optamos por degustar sus deliciosos cócteles hechos con fruta fresca. Una delicia para el paladar, os lo aseguro. La variedad es muy amplia: coco, piña, horchata, fruta de la pasión, melón… o todo a la vez.

El sitio, en primera línea de playa, tiene unas vistas fabulosas del mar, que es posible admirar tumbada… a más puro estilo princesa por un día. Y es que… ¡todos nos merecemos un caprichito!

Como os digo, no es el low cost que todos buscamos, pero un día es un día. Y hoy, como os digo, me siento afortunada. ¡¡¡Gracias amig@s!!!




martes, 23 de julio de 2013

Roma 2.0: El arte no está solo en los museos



Después de estas semanas de ausencia, vuelvo. Con las pilas cargadas al 100% y con muchas ganas de contaros nuevas aventuras. Ya sabéis que el verano es un no parar. Una época de mucho movimiento y cambio que yo aprovecho para conocer nuevos lugares, de los que dejar constancia en La Brújula.

Y ahora sí que sí, comenzamos. Y como no puede ser de otra manera, con la promesa que os hice en mi último post: contaros lo que me deparó el flanco derecho de la ya conocidísima, por todos los lectores de la Brújula, Vía del Corso. Os adelanto, porque me queman los dedos sobre el teclado y las ganas por dentro, que aquí me he encontrado con una de las maravillas del mundo, para mí. 





Abandonamos la Vía del Corso para adentrarnos en sus calles y recorridos paralelos, justo al otro lado de donde antes dejamos la Fontana di Trevi o la Plaza de España. Ahora era el turno, por ejemplo, de pasar junto al Palazzo Chigi, sede actual del gobierno italiano. De ahí que fuera casi imposible, ni siquiera, acceder al obelisco que corona la plaza que hay justo en la entrada principal del edificio.

Los ‘carabinieri’ te vigilan y observan, cual terrorista cargado de explosivos. Parece como si su férreo adiestramiento les impidiera darse cuenta de que apenas eres un turista cargado con una mochila en la que el arma más peligrosa que puedes llevar es una cámara de fotos, preparada para ‘disparar’ cualquier detalle de tu visita. Pero bueno… cosas de ministros y presidentes, que nunca entenderé.
 

  
La siguiente parada ya es la mía. Aquella de la que ya os hablaba al inicio. La maravilla de mi tour por Italia. Apenas a unos metros de distancia del Templo de Adriano, y en el centro de la Plaza de la Rotonda se eleva el Panteón de Agripa. Con mayúsculas y muchas exclamaciones (que nos trascribo aquí, para evitar que penséis que grito). 


La ‘joya’, ha sido mimada por las diversas civilizaciones que desde el año 27 a.C. lo han contemplado. Y la verdad es que no es para menos, pues la estructura circular del edificio soporta una de las mayores cúpulas de la Antigüedad. Como os decía y ahora me reitero: una verdadera joya.
  




El óculo de la cúpula, abierto al exterior, deja pasar un haz de luz que invade el lugar y a los que allí se encuentran. Una visión que impide bajar la mirada y cerrar la boca. Yo, incluso, opté por tirarme al suelo y no perder detalle. En ese momento fue cuando bajé la mirada y me di cuenta de la solución a una deficiencia que yo, arquitecta por amor y obligación, le encontraba a la construcción romana. Y es que el agua de lluvia que penetra por el óculo es absorbida por unas perforaciones que hay en el suelo. Todo pensado, señores. Los romanos no dejaban cabos sueltos. 



Y así me despedía de esta maravilla, aprendiendo un poquito más de arquitectura romana y, como siempre, con la promesa de volver.

El Panteón, tal y como reza en el dintel del pórtico principal bajo el frontón, fue obra del cónsul Marco Agripa. En su origen fue espacio destinado al culto de los dioses. Pero más tarde, fue reconvertido en el lugar de descanso eterno de reyes. Aunque también hay quien sin llevar corona de monarca se ha ganado su hueco en uno de sus nichos. Este es el caso del artista renacentista: Rafael.


Al salir, buscábamos la conocida escultura del Elefante de Bernini. Y allí, a unos escasos metros del Panteón se hallaba. El elefante porta un obelisco sobre su cuerpo, algo que yo desconocía hasta el momento. Perdón por la torpeza, pero o mi profesora de historia del arte lo pasó por alto, o mi dichosa memoria selectiva ha vuelto a actuar.


De plaza en plaza y tiro porque me toca. Bueno en este caso le toca a la enorme Plaza Navona, con sus cenadores y terracitas para degustar los manjares italianos, a los que ya le dedicaré otro de mis posts, que ésos merecen mención aparte.

La elipse que forma la plaza acoge en su interior otra de las más importantes obras públicas del artista por excelencia de las calles de Roma: Bernini. En este caso, La Fuente de los Cuatro Ríos, que representa los más importantes caudales de la geografía mundial: Río de la Plata, Nilo, Ganges y Danubio.


Una de las frases que más me gusta es esa que dice que: el arte no se encuentra tan solo en los museos. Hace referencia, generalmente, a los artistas callejeros que no han tenido su hueco. Pero yo he decidido aplicarla a lo que me pasó gracias a mi particular guía italiana, para mí, mi hermana. Ella es una amante de Caravaggio, el importantísimo pintor barroco. Y quería que yo lo conociera también. Siempre me había hablado de él, y decidió que era el momento de presenciar su obra de cerca. En vivo y en directo.

Y ahora es cuando la frase que os comentaba, cobra su sentido. Las obras de Caravaggio se encuentran repartidas por los más prestigiosos museos del mundo: la National Gallery, los Museos Vaticanos, el Louvre… Pero en Roma, el pintor dejó algunos de sus cuadros a sus compatriotas y en un lugar gratuito. Casi como si estuvieran escondidos. Se trata de la Iglesia de San Luis de los Franceses. Allí se encuentra por ejemplo, la segunda versión de la obra San Mateo y el Ángel. Sí, la segunda, pues la primera tuvo que ser destruida porque se mostraba al evangelista con un aspecto descuidado. Y es que Caravaggio tenía como modelos de sus obras a personas de las clases más bajas de la sociedad: vagabundos, prostitutas,… Una elección que no era bien acogida en la época.


Termino mi recorrido en la Plaza del Poppolo, en el extremo norte de la Vía del Corso. Bajo el obelisco que se alza en la plaza se halla una de las pocas estaciones de metro de la ciudad, si lo comparamos con ciudades como Madrid. Eso sí, no os recomiendo este medio de transporte a no ser que no haya alternativa. Su deterioro, la escasez de trenes y la tardanza entre unos y otros, puede llevaros a la desesperación.
  


Y hasta aquí por el momento. Me despido, no sin antes prometeros que no tendréis que esperar tantos días para mi siguiente publicación. Prometido (sin cruzar los dedos). ¡Hasta muy muy muyyyy pronto!


lunes, 13 de mayo de 2013

De tiendas y bailoteo al rítmo italiano

Vamos al lío, que hay mucho que contar. Y es que esta semana me detengo en Roma. Un viaje que realicé hace ya algunos meses y que tenía guardado en el baúl de los recuerdos. Ahora lo saco, pero racionado. Hay tanto que narrar, que en un solo post me resultaría imposible.
                                                            
Fue soltar las maletas en el hotel, junto a la estación de trenes de Termini, y comenzar a disfrutar de la ciudad. Pero antes de iniciar mi paseo por las calles de Roma, me detengo en el hotel, para avisaros de que las estrellas en la capital italiana no son como en España. Lo que allí son tres o cuatro estrellas para un hotel, en España equivaldría a una o, incluso, media estrellita, si existiese esta categoría. Así que mucho ojo a la hora de hacer la reserva hotelera, no os vayáis a llevar alguna sorpresita no demasiado agradable. Por cierto, todo lo contrario a lo que ocurre en la capital portuguesa, Lisboa.

Lo que nos esperaba durante los próximos días lo teníamos claro: caminar, caminar y caminar. No quisimos perdernos ninguna de las vistas y maravillas que la ciudad de Rómulo y Remo nos regaló a cada paso.

Nuestra primera parada, la que más se acercaba a nuestro hotel: El Coliseo. A medida que bajamos por la verde y frondosa Viale Della Domus Aurea, las ramas de los árboles no nos permitían contemplarlo con claridad desde la distancia, por lo que su tamaño no nos impresionó hasta que por fin nos situamos junto a él. ¡¡¡¡Enorme!!!! Así, con muchas exclamaciones. Su majestuosidad me hizo ser consciente de la importancia que los romanos daban a la famosa frase: Pan y Circo. Así como de la relevancia de la capital en el Imperio. 



Lo rodeamos. La intención era acceder al anfiteatro pero la larga fila de personas a las puertas del lugar nos hizo abandonar nuestro objetivo. Ya junto al Arco de Constantino, ordenado hacer por el emperador como reconocimiento a sus logros, me detuve de nuevo a mirar el Coliseo. Cerraba los ojos y lo veía lleno. 50.000 espectadores colmando el graderío. Deseosos de batallas navales, fieras o sangre de gladiadores. Una imagen, que aun hoy cuando miro las fotografías se repite en mi cabeza.



A continuación nos adentramos en las ruinas del foro. Restos de lo que un día fue el centro neurálgico de la capital del Imperio y en el que aún se conservan vestigios de domus, el arco de Tito o la muralla. 


 Encauzamos, paralelos a las ruinas, la Via dei Fori Imperiali. En muchas ocasiones, imitando la famosa manera de caminar de los cangrejos. Hacia atrás. Admirando, así, desde la distancia la grandeza del mayor anfiteatro que nos dejaron los romanos.


Llegamos al Foro de Trajano y su conocida columna. Tallada sobre mármol de Carrara y como si de un gran rollo de papel se tratara, en ella se cuentan las batallas y victorias del emperador romano que le da su nombre. Según he leído, en su interior una escalera de caracol permite el acceso a su parte más alta, coronada por un balcón y la estatua de Trajano.  




Justo enfrente de la columna, ya en el otro extremo de la calle, un enorme edificio de dimensiones que se escapan a cualquier estimación o cálculo preside el espacio. Desde el segundo 0 supimos que poco o nada tenía que ver con lo restos romanos que habíamos venido contemplando en nuestro recorrido.

Se trata del Monumento a Víctor Manuel II. Imposible describir la sensación que nos dio al acercarnos más a él y contemplar la enorme figura ecuestre del rey que mirando hacia la plaza de Venecia guarda el edificio y vigila la inagotable llama de la tumba al soldado desconocido. Parecía como si todo estuviese diseñado para transmitir grandeza, pero no solo en términos de medidas, sino también la superioridad de un país que un día se quiso transmitir desde Italia. El edificio, de aire clásico, es también conocido como el Altar a la Patria y, para algunos, ‘búnker’ de Musolini durante la II Guerra Mundial.




La edificación no resulta del agrado de muchos, ya que para construirlo se tuvo que destruir parte del antiguo foro romano de la ciudad. Además de que al contemplarlo, a muchos romanos se les viene a la memoria una época difícil de la historia de su país.

Un elevador de cristal, poco apto para los miedosos de las alturas, lleva hasta la cubierta del edificio. Desde allí es posible hacer un recorrido por las más importantes cúpulas de la Antigüedad, como la del Panteón de Agripa, donde me detendré en próximas entradas de La Brújula.



Abandonamos el edificio y, con él también la plaza de Venecia y el Palacio del mismo nombre, para adentrarnos en una de las calles más concurridas y conocidas de la ciudad: La Via del Corso. En este primer post sobre la capital italiana me situaré su ala derecha.

 La principal arteria de la ciudad estaba colmada de viandantes, que en el primer tramo de la vía se entremezclan con los coches creando situaciones de verdadero peligro. Teniendo en cuenta además que los italianos no son precisamente un modelo a seguir en el arte de la conducción. 

Nosotros decidimos tomar una perpendicular, la Via delle Muralle, que nos llevaría hasta otra de las visitas imprescindibles de la ciudad. La Fontana di Trevi, escondida en la Piazza di Trevi era difícil de admirar de cerca por la muchedumbre que luchaba por hacerse hueco en un lugar cercano a la fuente para lanzar la moneda que te obliga a volver a Roma. Cuando por fin logramos casi rozar el agua con los dedos y hacer la foto pertinente, lanzamos también nuestra moneda cargada de buenos deseos.

Incorporados de nuevo a la vía del Corso, y sorteando coches y viandantes, continuamos avanzando, para de nuevo girar a la derecha y tomar la Via Frattina. Una calle que, a miles de kilómetros de nuestra tierra de origen, nos llevaría muy cerca de ella. En concreto, a la embajada española y el punto de encuentro para muchos romanos: la Plaza de España. Buscamos hueco en sus conocidísimas escaleras y nos desprendimos del calzado para dar una tregua a nuestros pies que, desde hacía ya un bastante tiempo, nos pedían un descanso. 



Por cierto, allí nos lanzamos a bailar ‘la Bamba’, y otras muchas canciones populares italianas, que un grupo de animación de las calles entonaba en la Plaza de España. La verdad es que muchos fueron los que, como nosotros, se pusieron en pie al son italiano.

Pero había que continuar. Rodeando la Fontana de la Barcaccia de Bernini, donde en pleno octubre tuvimos tentación de meter nuestros pies, elegimos la Vía Condotti para recuperar la del Corso. 

Y ahora sí que sí, si os encanta la moda, como a mí, y más aún el estilo italiano, este es vuestro sitio. Valentino, Fendi, Bulgari, Prada, Dolce&Gabanna… todos estaban allí. Las marcas más prestigiosas de la pasarela con sello italiano tienen aquí su milla de oro. Aunque claro, yo me conformé con mirar los escaparates. Las astronómicas cifras en las etiquetas de las piezas producían mareo con tan solo mirarlas a través del cristal.


Ya en la vía del Corso, una marca con sello español, con sello Amancio, claro. Zara también estaba allí. Pero lo que me llamó la atención no fue encontrarme a una de las firmas del grupo Inditex, pues de sobra es conocida la expansión del grupo en otros países, sino el edificio que ocupaba. Una verdadera maravilla de la arquitectura del s.XIX, el antiguo Palazzo Booconi.



Y ya para acabar, y como la cosa, va de tiendas y trapitos, os muestro una marca que descubrí en la Vía del Corso, con sello milanés. Es famosa por sus complementos: bolsos, carteras, monederos, pañuelos,… Se llama Camomilla, espero que os guste.

No os olvidéis que Roma no acaba aquí, que aún nos queda mucho por ver y recorrer juntos. Así que si queréis verlo de mi mano, no os olvidéis leer mi siguiente post.