Seguro que muchos habréis oído hablar de San Francisco de
Asís y, sobre todo, de las consecuencias de su obra: los franciscanos. Una
congregación que ha llegado hasta nuestros días y, por supuesto, a nuestro
país.
A mí también me sonaban los franciscanos. Pero solo eran
eso, palabras que llegan a tus oídos y que pasan sin dejar rastro. Sin embargo,
eso cambió hace ocho años cuando el esfuerzo o el azar (según se mire), me
llevaron a Estambul para participar en un proyecto internacional con alumnos de
otros institutos europeos. Allí conocí a una gran amiga, hoy día una hermana:
María. Ella me presentó su instituto y la ciudad que lo acoge: Assisi. Asís, si
nos acogemos a la traducción en castellano. El entusiasmo que transmitían sus
palabras a la hora de describirme la ciudad era contagioso. Y como todo llega,
aquí está mi visita, que superó con creces la que había imaginado: Increíble.
Asís es otro rinconcito de la provincia italiana de Perugia,
en la región de Umbria. Yo fui en coche, con dos guías de lujo. Mi hermanita
italiana, María, y su encantadora amiga Elisa, ahora también la mía. Y digo
bien, que se trata de dos guías de lujo, ambas fotógrafas de vocación y médicas
de profesión. Además, Elisa me contó que durante un tiempo había vivido en
Assisi, así que ¿quién mejor que ella para hablarme de la localidad y su
historia?
Durante el trayecto en coche, veíamos en lo alto de la cima
de una montaña la que fuera cuna del Santo. La basílica aumentaba de tamaño
conforme nos acercábamos a ella, de la misma manera que aumentaban mis ganas de
visitar el lugar del que tantas veces me habían hablado.
Nada más llegar encauzamos la
Vía Frate Elia, con destino a la Basílica de San
Francisco. Y cuando casi llegamos, ante nosotros se abrió una plaza porticada
sencilla pero con un encanto especial, que adelantaba lo que nos encontraríamos.
Y es que justo al atravesar la plaza se eleva la Basílica, la que
conforman dos iglesias, una inferior y más antigua, y otra elevada sobre ella.
Nuestras guías nos adentran por el pórtico de la inferior. Una vez en el
interior, descendemos por una pequeñas escaleras, por las que no somos los
únicos en transitar. Todos los visitantes y el recorrido de las velas parecen
apuntar al mismo sitio. El secreto mejor guardado.
Patio Interior del monasterio de San Francisco |
Parece tratarse de una especie de cripta, en la que la luz
se va apagando, oscureciendo la estancia, invadida por un silencio sepulcral. Y
nunca mejor dicho. Al fondo, una pequeña sepultura de piedra guarda los restos
de San Francisco. Junto a ella un gran número de fieles se arrodillan para
realizar sus súplicas o dejarle flores.
Recordando aún la infinita fe de los que allí dejamos,
salimos del lugar en dirección al enorme patio interior del monasterio. A esas
horas el sol brilla y se refleja sobre la piedra blanca del edificio. Unas
estrechas escaleras nos llevan hasta la iglesia superior, muy diferente a la
inferior, la que ahora se encuentra bajo nuestros pies. La de arriba es elevada
y muy iluminada, con enormes frescos sobre las bóvedas y paredes. Pero, algo
llama mi atención. Faltan frescos, parecen dibujos sin acabar o que han sido
sustituidos por parches de cemento. Rápidamente Elisa y María lo explican todo.
En septiembre de 1997 un fuerte terremoto sacudió la región,
provocando graves daños. La
Basílica no pudo resistir la sacudida, que causó enormes
grietas y el derrumbe de partes de la bóveda. El trabajo de restauración fue
minucioso, aunque aún es posible ver las secuelas del seísmo.
Como ya os he comentado, mis conocimientos sobre San
Francisco no eran muy amplios. Pero los frescos del artista Giotto que narran
los momentos claves de la vida del religioso y las explicaciones de mis amigas,
me ayudaron a conocerlo un poco más y a que ahora pueda contároslo.
Hijo de un importante comerciante, San Francisco nació en el
seno de una familia acomodada. Sin embargo, decidió renunciar a las riquezas y
dejarlo todo para vivir de manera austera y al servicio de los pobres. Su
ejemplo fue seguido y con el tiempo ganando adeptos, dando lugar a la orden de
los franciscanos.
Tras salir de la basílica, la baja luz de la tarde inunda un
enorme jardín, con la palabra Pax en flores moradas sobre el césped, a la que
acompaña el símbolo del santo, su cruz. Desde este amplio espacio es posible admirar
el paisaje que recorrimos para llegar y algunos de sus pueblos salpicando la
zona.
Continuamos caminando, y adentrándonos en las callejuelas de Asís,
dejando atrás la iglesia en piedra casi blanca, homenaje al santo y sus
mensajes.
Una vez leí que Asís había sido nombrada centro de
espiritualidad y de paz. Ahora puedo decir que es un título que cumple
sobradamente. El silencio de sus calles, el encanto de su enclave y su historia
dan buena muestra de ello. Me podría haber quedado allí durante días, pero
había que continuar.
Recorrimos sus calles empedradas, admirando los escaparates
de artesanía local y souvenirs. Hay muchos establecimientos de costura: ropa
para el hogar realizada con el típico punto de Asís. Yo ya tengo mi pañuelo,
regalo de mi familia italiana.
Punto de costura típico de Asís |
Por cierto, en el Corso Giuseppe Mazzini me llevé una
sorpresa. Los romanos también estuvieron aquí. Allí está el Templo de Minerva y
justo enfrente de él, las banderas ondean en una enorme fachada de piedra
tostada. Se trata del ayuntamiento, que mira hacia la fuente de los leones de
piedra con un agua que hiela.
Templo de Minerva |
Y a partir de ahí comenzamos a descender por el pueblo, pero
para ello elegimos calles más estrechas, menos frecuentadas por los turistas
pero con el mismo o, incluso, más encanto. El silencio las inunda y solo los
pasos sobre los rollos de piedra lo interrumpen.
Y así llegamos a otra iglesia, la de Santa Clara. La
religiosa, impulsora de las Clarisas, constituye la rama femenina de la obra de
los franciscanos. La fachada frontal de su iglesia se abre en un mirador desde
el que es posible admirar la verde y frondosa región.
Y así dije adiós a Asís. Aunque más que un adiós, yo
preferiría un hasta luego, pues espero no tardar ocho años en regresar a una
ciudad que ya tiene reservado un lugar muy especial en mi memoria.