Fue soltar las maletas en el
hotel, junto a la estación de trenes de Termini, y comenzar a disfrutar de la
ciudad. Pero antes de iniciar mi paseo por las calles de Roma, me detengo en el
hotel, para avisaros de que las estrellas en la capital italiana no son como en
España. Lo que allí son tres o cuatro estrellas para un hotel, en España
equivaldría a una o, incluso, media estrellita, si existiese esta categoría.
Así que mucho ojo a la hora de hacer la reserva hotelera, no os vayáis a llevar
alguna sorpresita no demasiado agradable. Por cierto, todo lo contrario a lo
que ocurre en la capital portuguesa, Lisboa.
Lo que nos esperaba durante los
próximos días lo teníamos claro: caminar, caminar y caminar. No quisimos
perdernos ninguna de las vistas y maravillas que la ciudad de Rómulo y Remo nos
regaló a cada paso.
Nuestra primera parada, la que
más se acercaba a nuestro hotel: El Coliseo. A medida que bajamos por la verde
y frondosa Viale Della Domus Aurea, las ramas de los árboles no nos permitían
contemplarlo con claridad desde la distancia, por lo que su tamaño no nos
impresionó hasta que por fin nos situamos junto a él. ¡¡¡¡Enorme!!!! Así, con
muchas exclamaciones. Su majestuosidad me hizo ser consciente de la importancia
que los romanos daban a la famosa frase: Pan y Circo. Así como de la relevancia
de la capital en el Imperio.
Lo rodeamos. La intención era
acceder al anfiteatro pero la larga fila de personas a las puertas del lugar
nos hizo abandonar nuestro objetivo. Ya junto al Arco de Constantino, ordenado
hacer por el emperador como reconocimiento a sus logros, me detuve de nuevo a
mirar el Coliseo. Cerraba los ojos y lo veía lleno. 50.000 espectadores
colmando el graderío. Deseosos de batallas navales, fieras o sangre de
gladiadores. Una imagen, que aun hoy cuando miro las fotografías se repite en
mi cabeza.
A continuación nos adentramos en
las ruinas del foro. Restos de lo que un día fue el centro neurálgico de la
capital del Imperio y en el que aún se conservan vestigios de domus, el arco de
Tito o la muralla.
Encauzamos, paralelos a las
ruinas, la Via
dei Fori Imperiali. En muchas ocasiones, imitando la famosa manera de caminar
de los cangrejos. Hacia atrás. Admirando, así, desde la distancia la grandeza
del mayor anfiteatro que nos dejaron los romanos.
Llegamos al Foro de Trajano y su
conocida columna. Tallada sobre mármol de Carrara y como si de un gran rollo de
papel se tratara, en ella se cuentan las batallas y victorias del emperador
romano que le da su nombre. Según he leído, en su interior una escalera de
caracol permite el acceso a su parte más alta, coronada por un balcón y la
estatua de Trajano.
Justo enfrente de la columna, ya
en el otro extremo de la calle, un enorme edificio de dimensiones que se
escapan a cualquier estimación o cálculo preside el espacio. Desde el segundo 0
supimos que poco o nada tenía que ver con lo restos romanos que habíamos venido
contemplando en nuestro recorrido.
La edificación no resulta del
agrado de muchos, ya que para construirlo se tuvo que destruir parte del
antiguo foro romano de la ciudad. Además de que al contemplarlo, a muchos
romanos se les viene a la memoria una época difícil de la historia de su país.
Un elevador de cristal, poco apto
para los miedosos de las alturas, lleva hasta la cubierta del edificio. Desde
allí es posible hacer un recorrido por las más importantes cúpulas de la Antigüedad, como la del
Panteón de Agripa, donde me detendré en próximas entradas de La Brújula.
Abandonamos el edificio y, con él
también la plaza de Venecia y el Palacio del mismo nombre, para adentrarnos en
una de las calles más concurridas y conocidas de la ciudad: La Via del Corso. En este primer
post sobre la capital italiana me situaré su ala derecha.
La principal arteria de la ciudad estaba colmada de viandantes, que en
el primer tramo de la vía se entremezclan con los coches creando situaciones de
verdadero peligro. Teniendo en cuenta además que los italianos no son
precisamente un modelo a seguir en el arte de la conducción.
Nosotros decidimos tomar una
perpendicular, la Via
delle Muralle, que nos llevaría hasta otra de las visitas imprescindibles de la
ciudad. La Fontana
di Trevi, escondida en la
Piazza di Trevi era difícil de admirar de cerca por la
muchedumbre que luchaba por hacerse hueco en un lugar cercano a la fuente para
lanzar la moneda que te obliga a volver a Roma. Cuando por fin logramos casi
rozar el agua con los dedos y hacer la foto pertinente, lanzamos también
nuestra moneda cargada de buenos deseos.
Incorporados de nuevo a la vía del Corso, y
sorteando coches y viandantes, continuamos avanzando, para de nuevo girar a la
derecha y tomar la Via Frattina.
Una calle que, a miles de kilómetros de nuestra tierra de origen, nos llevaría
muy cerca de ella. En concreto, a la embajada española y el punto de encuentro
para muchos romanos: la Plaza
de España. Buscamos hueco en sus conocidísimas escaleras y nos desprendimos del
calzado para dar una tregua a nuestros pies que, desde hacía ya un bastante
tiempo, nos pedían un descanso.
Por cierto, allí nos lanzamos a
bailar ‘la Bamba’,
y otras muchas canciones populares italianas, que un grupo de animación de las
calles entonaba en la Plaza
de España. La verdad es que muchos fueron los que, como nosotros, se pusieron
en pie al son italiano.
Pero había que continuar.
Rodeando la Fontana
de la Barcaccia
de Bernini, donde en pleno octubre tuvimos tentación de meter nuestros pies,
elegimos la Vía Condotti
para recuperar la del Corso.
Y ahora sí que sí, si os encanta
la moda, como a mí, y más aún el estilo italiano, este es vuestro sitio.
Valentino, Fendi, Bulgari, Prada, Dolce&Gabanna… todos estaban allí. Las
marcas más prestigiosas de la pasarela con sello italiano tienen aquí su milla
de oro. Aunque claro, yo me conformé con mirar los escaparates. Las
astronómicas cifras en las etiquetas de las piezas producían mareo con tan solo
mirarlas a través del cristal.
Ya en la vía del Corso, una marca
con sello español, con sello Amancio, claro. Zara también estaba allí. Pero lo
que me llamó la atención no fue encontrarme a una de las firmas del grupo
Inditex, pues de sobra es conocida la expansión del grupo en otros países, sino
el edificio que ocupaba. Una verdadera maravilla de la arquitectura del s.XIX,
el antiguo Palazzo Booconi.
Y ya para acabar, y como la cosa,
va de tiendas y trapitos, os muestro una marca que descubrí en la Vía del Corso, con sello milanés.
Es famosa por sus complementos: bolsos, carteras, monederos, pañuelos,… Se
llama Camomilla, espero que os guste.