martes, 23 de julio de 2013

Roma 2.0: El arte no está solo en los museos



Después de estas semanas de ausencia, vuelvo. Con las pilas cargadas al 100% y con muchas ganas de contaros nuevas aventuras. Ya sabéis que el verano es un no parar. Una época de mucho movimiento y cambio que yo aprovecho para conocer nuevos lugares, de los que dejar constancia en La Brújula.

Y ahora sí que sí, comenzamos. Y como no puede ser de otra manera, con la promesa que os hice en mi último post: contaros lo que me deparó el flanco derecho de la ya conocidísima, por todos los lectores de la Brújula, Vía del Corso. Os adelanto, porque me queman los dedos sobre el teclado y las ganas por dentro, que aquí me he encontrado con una de las maravillas del mundo, para mí. 





Abandonamos la Vía del Corso para adentrarnos en sus calles y recorridos paralelos, justo al otro lado de donde antes dejamos la Fontana di Trevi o la Plaza de España. Ahora era el turno, por ejemplo, de pasar junto al Palazzo Chigi, sede actual del gobierno italiano. De ahí que fuera casi imposible, ni siquiera, acceder al obelisco que corona la plaza que hay justo en la entrada principal del edificio.

Los ‘carabinieri’ te vigilan y observan, cual terrorista cargado de explosivos. Parece como si su férreo adiestramiento les impidiera darse cuenta de que apenas eres un turista cargado con una mochila en la que el arma más peligrosa que puedes llevar es una cámara de fotos, preparada para ‘disparar’ cualquier detalle de tu visita. Pero bueno… cosas de ministros y presidentes, que nunca entenderé.
 

  
La siguiente parada ya es la mía. Aquella de la que ya os hablaba al inicio. La maravilla de mi tour por Italia. Apenas a unos metros de distancia del Templo de Adriano, y en el centro de la Plaza de la Rotonda se eleva el Panteón de Agripa. Con mayúsculas y muchas exclamaciones (que nos trascribo aquí, para evitar que penséis que grito). 


La ‘joya’, ha sido mimada por las diversas civilizaciones que desde el año 27 a.C. lo han contemplado. Y la verdad es que no es para menos, pues la estructura circular del edificio soporta una de las mayores cúpulas de la Antigüedad. Como os decía y ahora me reitero: una verdadera joya.
  




El óculo de la cúpula, abierto al exterior, deja pasar un haz de luz que invade el lugar y a los que allí se encuentran. Una visión que impide bajar la mirada y cerrar la boca. Yo, incluso, opté por tirarme al suelo y no perder detalle. En ese momento fue cuando bajé la mirada y me di cuenta de la solución a una deficiencia que yo, arquitecta por amor y obligación, le encontraba a la construcción romana. Y es que el agua de lluvia que penetra por el óculo es absorbida por unas perforaciones que hay en el suelo. Todo pensado, señores. Los romanos no dejaban cabos sueltos. 



Y así me despedía de esta maravilla, aprendiendo un poquito más de arquitectura romana y, como siempre, con la promesa de volver.

El Panteón, tal y como reza en el dintel del pórtico principal bajo el frontón, fue obra del cónsul Marco Agripa. En su origen fue espacio destinado al culto de los dioses. Pero más tarde, fue reconvertido en el lugar de descanso eterno de reyes. Aunque también hay quien sin llevar corona de monarca se ha ganado su hueco en uno de sus nichos. Este es el caso del artista renacentista: Rafael.


Al salir, buscábamos la conocida escultura del Elefante de Bernini. Y allí, a unos escasos metros del Panteón se hallaba. El elefante porta un obelisco sobre su cuerpo, algo que yo desconocía hasta el momento. Perdón por la torpeza, pero o mi profesora de historia del arte lo pasó por alto, o mi dichosa memoria selectiva ha vuelto a actuar.


De plaza en plaza y tiro porque me toca. Bueno en este caso le toca a la enorme Plaza Navona, con sus cenadores y terracitas para degustar los manjares italianos, a los que ya le dedicaré otro de mis posts, que ésos merecen mención aparte.

La elipse que forma la plaza acoge en su interior otra de las más importantes obras públicas del artista por excelencia de las calles de Roma: Bernini. En este caso, La Fuente de los Cuatro Ríos, que representa los más importantes caudales de la geografía mundial: Río de la Plata, Nilo, Ganges y Danubio.


Una de las frases que más me gusta es esa que dice que: el arte no se encuentra tan solo en los museos. Hace referencia, generalmente, a los artistas callejeros que no han tenido su hueco. Pero yo he decidido aplicarla a lo que me pasó gracias a mi particular guía italiana, para mí, mi hermana. Ella es una amante de Caravaggio, el importantísimo pintor barroco. Y quería que yo lo conociera también. Siempre me había hablado de él, y decidió que era el momento de presenciar su obra de cerca. En vivo y en directo.

Y ahora es cuando la frase que os comentaba, cobra su sentido. Las obras de Caravaggio se encuentran repartidas por los más prestigiosos museos del mundo: la National Gallery, los Museos Vaticanos, el Louvre… Pero en Roma, el pintor dejó algunos de sus cuadros a sus compatriotas y en un lugar gratuito. Casi como si estuvieran escondidos. Se trata de la Iglesia de San Luis de los Franceses. Allí se encuentra por ejemplo, la segunda versión de la obra San Mateo y el Ángel. Sí, la segunda, pues la primera tuvo que ser destruida porque se mostraba al evangelista con un aspecto descuidado. Y es que Caravaggio tenía como modelos de sus obras a personas de las clases más bajas de la sociedad: vagabundos, prostitutas,… Una elección que no era bien acogida en la época.


Termino mi recorrido en la Plaza del Poppolo, en el extremo norte de la Vía del Corso. Bajo el obelisco que se alza en la plaza se halla una de las pocas estaciones de metro de la ciudad, si lo comparamos con ciudades como Madrid. Eso sí, no os recomiendo este medio de transporte a no ser que no haya alternativa. Su deterioro, la escasez de trenes y la tardanza entre unos y otros, puede llevaros a la desesperación.
  


Y hasta aquí por el momento. Me despido, no sin antes prometeros que no tendréis que esperar tantos días para mi siguiente publicación. Prometido (sin cruzar los dedos). ¡Hasta muy muy muyyyy pronto!


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