lunes, 13 de mayo de 2013

De tiendas y bailoteo al rítmo italiano

Vamos al lío, que hay mucho que contar. Y es que esta semana me detengo en Roma. Un viaje que realicé hace ya algunos meses y que tenía guardado en el baúl de los recuerdos. Ahora lo saco, pero racionado. Hay tanto que narrar, que en un solo post me resultaría imposible.
                                                            
Fue soltar las maletas en el hotel, junto a la estación de trenes de Termini, y comenzar a disfrutar de la ciudad. Pero antes de iniciar mi paseo por las calles de Roma, me detengo en el hotel, para avisaros de que las estrellas en la capital italiana no son como en España. Lo que allí son tres o cuatro estrellas para un hotel, en España equivaldría a una o, incluso, media estrellita, si existiese esta categoría. Así que mucho ojo a la hora de hacer la reserva hotelera, no os vayáis a llevar alguna sorpresita no demasiado agradable. Por cierto, todo lo contrario a lo que ocurre en la capital portuguesa, Lisboa.

Lo que nos esperaba durante los próximos días lo teníamos claro: caminar, caminar y caminar. No quisimos perdernos ninguna de las vistas y maravillas que la ciudad de Rómulo y Remo nos regaló a cada paso.

Nuestra primera parada, la que más se acercaba a nuestro hotel: El Coliseo. A medida que bajamos por la verde y frondosa Viale Della Domus Aurea, las ramas de los árboles no nos permitían contemplarlo con claridad desde la distancia, por lo que su tamaño no nos impresionó hasta que por fin nos situamos junto a él. ¡¡¡¡Enorme!!!! Así, con muchas exclamaciones. Su majestuosidad me hizo ser consciente de la importancia que los romanos daban a la famosa frase: Pan y Circo. Así como de la relevancia de la capital en el Imperio. 



Lo rodeamos. La intención era acceder al anfiteatro pero la larga fila de personas a las puertas del lugar nos hizo abandonar nuestro objetivo. Ya junto al Arco de Constantino, ordenado hacer por el emperador como reconocimiento a sus logros, me detuve de nuevo a mirar el Coliseo. Cerraba los ojos y lo veía lleno. 50.000 espectadores colmando el graderío. Deseosos de batallas navales, fieras o sangre de gladiadores. Una imagen, que aun hoy cuando miro las fotografías se repite en mi cabeza.



A continuación nos adentramos en las ruinas del foro. Restos de lo que un día fue el centro neurálgico de la capital del Imperio y en el que aún se conservan vestigios de domus, el arco de Tito o la muralla. 


 Encauzamos, paralelos a las ruinas, la Via dei Fori Imperiali. En muchas ocasiones, imitando la famosa manera de caminar de los cangrejos. Hacia atrás. Admirando, así, desde la distancia la grandeza del mayor anfiteatro que nos dejaron los romanos.


Llegamos al Foro de Trajano y su conocida columna. Tallada sobre mármol de Carrara y como si de un gran rollo de papel se tratara, en ella se cuentan las batallas y victorias del emperador romano que le da su nombre. Según he leído, en su interior una escalera de caracol permite el acceso a su parte más alta, coronada por un balcón y la estatua de Trajano.  




Justo enfrente de la columna, ya en el otro extremo de la calle, un enorme edificio de dimensiones que se escapan a cualquier estimación o cálculo preside el espacio. Desde el segundo 0 supimos que poco o nada tenía que ver con lo restos romanos que habíamos venido contemplando en nuestro recorrido.

Se trata del Monumento a Víctor Manuel II. Imposible describir la sensación que nos dio al acercarnos más a él y contemplar la enorme figura ecuestre del rey que mirando hacia la plaza de Venecia guarda el edificio y vigila la inagotable llama de la tumba al soldado desconocido. Parecía como si todo estuviese diseñado para transmitir grandeza, pero no solo en términos de medidas, sino también la superioridad de un país que un día se quiso transmitir desde Italia. El edificio, de aire clásico, es también conocido como el Altar a la Patria y, para algunos, ‘búnker’ de Musolini durante la II Guerra Mundial.




La edificación no resulta del agrado de muchos, ya que para construirlo se tuvo que destruir parte del antiguo foro romano de la ciudad. Además de que al contemplarlo, a muchos romanos se les viene a la memoria una época difícil de la historia de su país.

Un elevador de cristal, poco apto para los miedosos de las alturas, lleva hasta la cubierta del edificio. Desde allí es posible hacer un recorrido por las más importantes cúpulas de la Antigüedad, como la del Panteón de Agripa, donde me detendré en próximas entradas de La Brújula.



Abandonamos el edificio y, con él también la plaza de Venecia y el Palacio del mismo nombre, para adentrarnos en una de las calles más concurridas y conocidas de la ciudad: La Via del Corso. En este primer post sobre la capital italiana me situaré su ala derecha.

 La principal arteria de la ciudad estaba colmada de viandantes, que en el primer tramo de la vía se entremezclan con los coches creando situaciones de verdadero peligro. Teniendo en cuenta además que los italianos no son precisamente un modelo a seguir en el arte de la conducción. 

Nosotros decidimos tomar una perpendicular, la Via delle Muralle, que nos llevaría hasta otra de las visitas imprescindibles de la ciudad. La Fontana di Trevi, escondida en la Piazza di Trevi era difícil de admirar de cerca por la muchedumbre que luchaba por hacerse hueco en un lugar cercano a la fuente para lanzar la moneda que te obliga a volver a Roma. Cuando por fin logramos casi rozar el agua con los dedos y hacer la foto pertinente, lanzamos también nuestra moneda cargada de buenos deseos.

Incorporados de nuevo a la vía del Corso, y sorteando coches y viandantes, continuamos avanzando, para de nuevo girar a la derecha y tomar la Via Frattina. Una calle que, a miles de kilómetros de nuestra tierra de origen, nos llevaría muy cerca de ella. En concreto, a la embajada española y el punto de encuentro para muchos romanos: la Plaza de España. Buscamos hueco en sus conocidísimas escaleras y nos desprendimos del calzado para dar una tregua a nuestros pies que, desde hacía ya un bastante tiempo, nos pedían un descanso. 



Por cierto, allí nos lanzamos a bailar ‘la Bamba’, y otras muchas canciones populares italianas, que un grupo de animación de las calles entonaba en la Plaza de España. La verdad es que muchos fueron los que, como nosotros, se pusieron en pie al son italiano.

Pero había que continuar. Rodeando la Fontana de la Barcaccia de Bernini, donde en pleno octubre tuvimos tentación de meter nuestros pies, elegimos la Vía Condotti para recuperar la del Corso. 

Y ahora sí que sí, si os encanta la moda, como a mí, y más aún el estilo italiano, este es vuestro sitio. Valentino, Fendi, Bulgari, Prada, Dolce&Gabanna… todos estaban allí. Las marcas más prestigiosas de la pasarela con sello italiano tienen aquí su milla de oro. Aunque claro, yo me conformé con mirar los escaparates. Las astronómicas cifras en las etiquetas de las piezas producían mareo con tan solo mirarlas a través del cristal.


Ya en la vía del Corso, una marca con sello español, con sello Amancio, claro. Zara también estaba allí. Pero lo que me llamó la atención no fue encontrarme a una de las firmas del grupo Inditex, pues de sobra es conocida la expansión del grupo en otros países, sino el edificio que ocupaba. Una verdadera maravilla de la arquitectura del s.XIX, el antiguo Palazzo Booconi.



Y ya para acabar, y como la cosa, va de tiendas y trapitos, os muestro una marca que descubrí en la Vía del Corso, con sello milanés. Es famosa por sus complementos: bolsos, carteras, monederos, pañuelos,… Se llama Camomilla, espero que os guste.

No os olvidéis que Roma no acaba aquí, que aún nos queda mucho por ver y recorrer juntos. Así que si queréis verlo de mi mano, no os olvidéis leer mi siguiente post.

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