No sé por donde empezar. Mi mente es una maraña de imágenes, sensaciones, sabores, lugares… Pero bueno, empezaré por el principio, la capital de la provincia. Desde la autovía y a medida que nos acercábamos imagen de la ciudad que se alzaba ya me sorprendió. Pinos de dimensiones gigantescas, invaden el espacio. Un hueco entre ellos permite que la luz del sol llegue a los habitantes de Cuenca.
Para los que solo conozcáis la ciudad manchega de oídas os pongo un poco en situación para que no os perdáis durante el relato. Cuenca, como muchas otras ciudades con historia, ocupa un lugar estratégico. Principalmente su ciudad antigua, la que está rodeada por dos ríos: el Júcar y el Huécar. La imagen que muestra es impresionante. Un macizo en medio de las hoces de ambas corrientes de agua, que parece levitar en el aire. En su parte más baja y separada por la unión de ambos caudales se halla la ciudad más moderna, donde los conquenses hacen su vida diaria.
Una vez alcanzado el Barrio del Castillo, pisamos por primera vez el suelo de la ciudad. Cabe destacar que en este punto hay un parking gratuito junto a un mirador desde el que se contempla toda la ciudad. Un lugar perfecto para aparcar el vehículo y disfrutar a pie de los encantos conquenses.
Este enclave debe su nombre a un Castillo del siglo XIII, o lo que queda de él. Y es que actualmente, tan solo el Arco de Bezudo junto a uno de los torreones y algunos restos de la muralla se mantienen en pie. Al arco es posible acceder por una escalera que conduce a la parte más alta de la ciudad. Un balcón a ambos flancos de la ciudad que no os podéis perder.
Como os comentaba, las vistas desde el Barrio del Castillo
son increíbles. Por ello, os recomiendo hacer un alto en el camino en alguna de
sus famosas terracitas. Si me lo permitís, mejor una cena, cuando las luces de
Cuenca comienzan a brillar en la oscuridad de la noche.
Y ahora, a perderse entre sus callejuelas. Es hora de
descubrir los rinconcitos de Cuenca, dejar que sean los pasos los que te guíen.
Nosotros decidimos alejarnos de la
Calle del Trabuco, una de las principales vías y, por ello,
bastante concurrida. Elegimos caminar por las estrechas travesías que parten de
ella y van a parar a la Hoz
del Huécar. Así pasamos junto al antiguo edificio de la Inquisición,
reconvertido hoy en Archivo Provincial. En la calle Julián Romero, descubría
una de esas sorpresas de cuentos. La leyenda del Cristo del Pasadizo, que
cuenta la historia de dos enamorados marcados por la desgracia que se reúnen
junto a una reja y la devoción de la enamorada por el Cristo que allí se
encuentra. Es un lugar silencioso iluminado siempre por la luz de unas velas.
Un halo de misterio lo invade.
Continuamos nuestro recorrido y llegamos a otro de los
puntos clave: La Plaza Mayor,
en la que se halla la
Catedral y el Ayuntamiento. Éste ocupa la fachada sur, con
tres arcos en su parte inferior que desembocan en la bajada de la Calle Alfonso VIII.
En la plaza
destacan los típicos edificios coloridos de Cuenca. Un espectáculo visual que
ha sabido aprovechar el creador de Colors, un emprendedor que ha puesto en
marcha una tienda de souvenirs que se aleja bastante del típico regalito, pero
con mucho encanto.
Desde la Plaza Mayor
y encauzando la calle de los Canónigos llegamos hasta el principal atractivo
turístico de Cuenca: las Casas Colgadas y el Puente de San Pablo. Poco apto
para personas con vértigo como yo. El puente está hecho de hierro, pero sus
traviesas son de madera, y aunque hay quien dice que es solo una sensación del
cerebro, yo estoy segura de que se mueve. Sin embargo, y para contemplar mejor
el misterio de las casas colgadas os recomiendo armaros de valor, superar el
miedo a las alturas y atravesarlo. Las vistas son maravillosas.
De nuevo pisando tierra firme nos dirigimos hasta el Barrio
de San Martín, para contemplar sus rascacielos. Edificios que en muchos casos
superan la decena de plantas. A veces, incluso, es difícil averiguar cómo se
sostienen en pie algunas de ellas. Pero hay soluciones para todo.
Pasando por la
Iglesia de la Santa Cruz,
decidimos atravesar la ya conocida calle Alfonso VIII, para conocer la Torre Mangana y
desde allí contemplar el otro brazo de Cuenca, el río Júcar. La plaza Mangana,
da la hora a los conquenses desde el reloj de su torre, ubicado donde
antiguamente se hallaba el alcázar árabe. Diversas teorías, apuntan a que la
torre pudo ser utilizada durante la época medieval como catapulta lanza-piedras.
A través de la calle Santa María llegamos hasta una pequeña
plazuela en la que se halla el convento de San Miguel y el Museo de las
Ciencias de Castilla- La
Mancha.
Desde la anteplaza, y antes de entrar de nuevo en el espacio
que ocupa la catedral, decidimos elegir uno de los pasadizos que apunta hacia
la hoz del Júcar. En concreto, nos dirigimos al Barrio de San Miguel. Uno de
los más conocidos por los conquenses, sobre todo por sus rincones para tapear.
Continuamos accediendo de nuevo hacia el Castillo, no sin
antes detenernos en la Ronda
del Júcar, desde la que es posible contemplar unas hermosas vistas del río y la
serranía conquense. Aquí aún es visible parte de la antigua muralla que rodeaba
la fortaleza y que ahora se ha convertido en mirador.
La caminata ha sido grande y las fuerzas comienzan a
flaquear, así que ahora hay que darle una alegría al estómago. Y en Cuenca eso
es todo un placer. Para empezar os recomiendo un lugar de visita obligada. Se
trata de la Bodeguilla
de Basilio. Si os soy sincera, no fueron sus platos los más llamaron mi
atención, sino más bien las costumbres del sitio y el local. Es una cueva
ubicada en la calle Fray Luis de León, junto a la Plaza de España (ya abajo, en
la ciudad moderna, como yo la he denominado).
La caña te cuesta un poquito más pero por cortesía del lugar
tienes asegurada una pretapa, a base de caldito caliente o patatas con carne. Y
a continuación la tapa principal, con mezclas tan variadas, como fruta
confitada con chocolate, chipirones a la plancha, pimientos rellenos, jamón a
la plancha con huevitos de codorniz … y una ensalada fresquita. Es uno de los
lugares más característicos de la ciudad y suele acoger una gran afluencia de
turistas. Y es que el lugar aparece recomendado en algunas de las más populares
guías de viajes nacionales e internacionales.
Pero si lo que realmente queréis es sentir el ambiente de la
ciudad y mezclaros con sus gentes, mi recomendación es la calle San Francisco,
junto al hermoso edificio de la Diputación.
Entre los conquenses es más conocida como ‘Sanfran’. Una
calle peatonal, repleta de bares para degustar las mejores tapas. Yo estuve
disfrutando de algunos de los platos del Mesón José, pero hay muchos más para
elegir.
Morteruelo |
Y ahora unos consejitos a la hora de decidirnos entre la variedad de
nombres del menú. El Morteruelo, una especie de paté hecho con carne de caza.
Una delicia que tienes que probar. Los rabitos de cerdo fritos son otro básico
como acompañamiento a la caña. Sin embargo, hay un plato que yo no probé. La
verdad es que no lo hice porque la base de su receta no era muy apetecible en
relación a mis gustos. Se trata del Zarajo, tripas de cordero liadas en palos
de sarmiento. Hay quien dice que son realmente apetecibles con unas gotitas de
limón. Y si viajáis en la época estival, ajoarriero. Una mezcla de patatas,
bacalao, pan rallado, huevos cocidos, aceite y ajo.
Zarajo |
Para cerrar la panza, una buena despedida. Un sabor dulce,
el más típico en Cuenca: Alajú. Una torta de obleas rellena de miel, pan
rallado y almendras. Y para finalizar, un copazo. De Resolí, por supuesto.
Directamente desde su particular envase recreando la forma de las casas colgadas. Esta
bebida se toma principalmente en Semana Santa, sobre todo en la conocida
procesión de Las Turbas o tamborada, en la que los participantes están durante
horas tocando los tambores. Para aguantar las bajas temperaturas conquenses es
toda una tradición tomar Resolí.
Alajú |
Y con la copa de Resolí me despido de vosotros hasta la próxima semana, brindando por todos los que cada semana me leéis y me hacéis un poquito más feliz cuando veo que las visitas se multiplican, así como las muestras de cariño que me llegan y me hacen continuar los pasos de La Brújula.
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