Esta semana tengo poco tiempo pero no quería pasar sin
dejaros un regalo. Un pequeño detalle de la visita a la provincia de Cuenca,
que os adelantaba ya la semana anterior. En este caso nos tenemos que alejar de
la hermosa ciudad que os describía en mi último post.
En concreto hay que tomar la salida 303 de la A-40, y seguir las
indicaciones que hablan del Ventano de Diablo. Sí, ya sé que quizá el nombre no
sea demasiado apetecible.
La carretera que nos llevaría hasta este misterioso lugar se
iba estrechando, curvando y empinando a cada kilómetro que avanzábamos. Y es
que el lugar se halla en la serranía, sobre el cauce del río Júcar, cercano al
pequeño pueblecito de Villalba de la
Sierra.
En una cerrada curva de la carretera y para nuestra
sorpresa, cuando aún pensábamos que nos quedaba un ratito para alcanzar el
lugar, allí estaba. Eso sí, mucho cuidado para acceder a él pues, como os digo,
no está especialmente bien señalizado y una curva en la carretera impide una
mejor visión desde el coche. Además hay que cruzar la calzada para aparcar.
Por cierto, este camino lo continuaré en próximas entradas
de la Brújula
para mostraros otros secretos de la serranía conquense. Como el nacimiento del
Río Cuervo o la Ciudad Encantada,
donde también quise detenerme en mi viaje.
Una vez fuera del coche el frío era muy intenso y del cielo,
totalmente cubierto de nubes, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia
que aumentaban su intensidad a cada paso. No nos quedaba más remedio: había que
resguardarse bajo el paraguas.
Todas las recomendaciones indicaban en la misma dirección.
La mejor época para acceder al lugar era la cálida, pues durante el invierno es
fácil que el hielo o la nieve obliguen a usar cadenas a los vehículos. Sin
embargo, nosotros osamos hacerlo con el termómetro por debajo de los 4º C.
Os cuento. El ventano del Diablo es un hueco en la roca,
convertido en una especie de cueva colgante sobre el río Júcar que permite unas
excelentes vistas de su hoz. Vistas de pájaro, pues la roca sobresale de tierra
firme desafiando todas las leyes de la gravedad. Para acceder a ella una
delimitada vereda guía a los visitantes. El desnivel del terreno desde el lugar
que ocupa la perforación en la roca hasta al río llega a superar los 200 metros.
Pero, a pesar de la distancia que nos separaba de la
corriente de agua, el ruido era ensordecedor. Un sonido que avisaba de la
fuerza del agua, tras las intensas lluvias de los últimos meses. Un agua que
aquí tiene un color especial, como diría la canción. Un azul turquesa muy
intenso que parece inventado por la brocha de algún pintor encaprichado de
dotar de viveza su cuadro.
La leyenda cuenta que el nombre del lugar indica que desde
aquí el diablo arrojaba a vacío a aquellos que se asomaban a algunos de los
‘ventanales’ de las rocas.
Y aquí, junto a otra maravilla de la naturaleza os dejo por
el momento, con la promesa de regresar pronto y compartir nuevas sorpresas.
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