Ciao! No, no os vayáis todavía. No me estoy despidiendo. Es una
bienvenida, aunque también una despedida. Ambas, para los italianos. ¡Eureka!
ITALIA. Ese es mi primer destino. Volveré a mis pasos por algunos de los
secretos de ‘la bota’. Pero, sin prisa. Por ahora nos vamos a Florencia.
Mi viaje hasta Florencia fue en
tren. Desde Bastia, una pequeña localidad de la región de Umbria, en el centro
de Italia, hasta la dorada Toscana. Trenitalia, es el nombre de la compañía de
ferrocarriles que invade la geografía italiana, un equivalente a nuestra Renfe.
El viaje en tren una grata experiencia. No tenía ganas de bajar, algo que en
España raras veces ocurre. De este a oeste, el paisaje nos sorprendía cada vez
más. Las maravillosas vistas del majestuoso Lago Trasimeno me impedían,
incluso, pestañear. Y más aún cuando supe que es posible acceder a
algunas de las islas que se alzan en su interior.
El trayecto fue bastante rápido,
a pesar de las dos horas y media, aproximadamente. El precio bastante asequible, algo
extraño en este país, tan solo 13’45 euros por pasajero. Por cierto, no hay que
olvidar validar el billete antes de subir al vagón en las máquinas destinadas a
ello. En caso contrario, el revisor puede asustarnos un poquito. Los asientos bastante confortables, aunque la limpieza, como siempre, brilla por su ausencia. Una
constante que me acompañó en más de un momento de mi aventura italiana.
Por fin la llegada a Firenze. En concreto a la estación de Santa
María Novella. Un regalo de la arquitectura moderna de los años 30 para un
experto en el arte del diseño de edificios, como mi querido acompañante de
viaje.
Al salir de la estación y levantar la vista la pequeña iglesa de Santa Maria Novella, la que le da nombre a la estación nos adelantaba la belleza de este día. Y tras la sorpresa nos fuimos de mercadillo. Sí, ya sé que no es el mejor plan al llegar
a una ciudad como ésta, pero el destino y nuestros pies nos condujeron al de la Piazza San Lorenzo. Souvenirs
de todo tipo. Aunque si realmente os gustan los mercados, esperad a que os
presente el que descubrí más adelante.
Por ahora, la visita obligada: la Basílica de Santa María
dei Fiori, y la impresionante cúpula de Brunelleschi. Situarte en su interior,
justo debajo de la semiesfera es realmente espectacular. Para mi disponibilidad
horaria fue imposible esperar el turno en la monumental cola para acceder a la
parte superior y admirarla más de cerca. Pero, a pesar de esta maravilla de la
antigüedad, un fallo. De nuevo la suciedad. Para algunos, impronta del paso del
tiempo. Pero bajo mi punto de vista, el ‘paso del tiempo’ no debería ocultar la
riqueza del pasado.
“El David, vas a ver El David. La
réplica está en la calle”. Todos me lo decían. Pero soy más de originales. Y
ahí que fui. A por el mármol sobre el que Miguel Ángel clavó su cincel.
¡¡Impresionante!!! El lugar que ocupa en la Galleria dell’Academia tiene bastante que ver en
esa impresión de grandeza. La escultura se halla al final de un corredor. Una luz baja ilumina en este pasillo algunas
de las primeras piezas del artista. Incluso, una Piedad que poco tiene que ver
con la que días más tarde admiré en El Vaticano. Y levantas la mirada y una luz
natural te llama. Justo ahí está él. Bajo una cúpula de cristal perfectamente
diseñada para acogerlo.
Tras abandonar la galería y aún
con la imagen del David en la retina un escaparate de la
Via Ricasoli me saca de mis pensamientos.
Os presento uno de mis descubrimienos: Tedora. Es una firma italiana de
joyería. Muy similar a la conocidísima Pandora. Solo que en el caso de Tedora,
se trata de piezas ‘made in Italy’, mientras que las creaciones de Pandora
llegan de Tailandia. Además, Tedora tiene charms con los principales monumentos
de Italia. ¡Están todos! Y no me pude resistir. El Coliseo ya es mío, mejor
dicho, de la persona a la que se lo regalé. Una amante de Pandora y que ahora
lo es también de Tedora.
Y llegamos a la Piaza Della Signoria. El
Palazzo Vecchio, coronado por su enorme reloj, da la hora a la multitud de
personas que allí se congregan. Los visitantes comparten espacio con numerosas
esculturas que salpican la plaza. Este es el lugar que acoge la copia del
David. Sinceramente, no hay comparación. Me quedo con el original, ya dije que
yo no era de réplicas. Por cierto, allí me encontré con un viejo amigo, al que
me hizo muchísima ilusión volver a ver. O eso creía yo. Pensé que se tratataba de Mercurio, mi dios favorito
de la mitología. Os explico. Según la leyenda, Mercurio era el mensajero de los
dioses. Llevaba información de unos a otros. De ahí las alitas que decoran sus
pies y que le daban mayor velocidad. Para algunos fue considerado el primer
periodista. Para mí lo fue. Sin embargo, un experto en arte me recordó que Perseo también llevaba alitas y que la escultura que admiré en Florencia era la suya, la de Perseo. Confío en ver a mi favorito, a Mercurio, aunque tendrá que ser en otra aventura.
Escultura de Perseo con la cabeza de la medusa. |
De nuevo la falta de tiempo me
impidió admirar otra maravilla Fiorentina. El cuadro del Nacimiento de Venus
de Botichelli y otras joyas del arte, se quedaron dentro de la Gallería Uffizi, mientras yo me
dirigía rumbo a la Piazza Michelangelo
y su mirador.
La plaza se encuentra en una
cima, desde la que se pueden observar unas hermosas vistas de Florencia. Es
posible acceder a través de dos líneas de autobuses (22 y 23), pero para los
valientes como yo una empinada escalera arropada por las enormes copas de los
árboles es el mejor recorrido posible. Al llegar a la cima (con la lengua
fuera), las impresionantes vistas de la ciudad te hacen pensar que el esfuerzo
y el cansancio han merecido la pena. Pero lo que parecía un simple día gris
otoñal se tornó en tormenta que, aunque pasajera, me obligó a captar el momento
bajo la lluvia.
Para descender de nuevo a la
ciudad, no hubo que elegir. La meteorología nos lo dejó claro: el autobús. Con
un coste de dos euros por persona, nos acercamos a nuestro próximo destino, el
Palazzo Pitti. Una vez allí, el cielo dejó paso al sol para iluminar la enorme
explanada donde los florentinos se tumban para admirar la grandeza del palacio
renacentista. Y como ‘donde fueres haz lo que vieres’, pues allí nos plantamos.
Tumbados bajo el sol de la
Toscana.
Me hubiera quedado así horas y
horas, os lo aseguro, pero había que continuar. A medida que nos acercábamos al
río las calles se iban llenando de más y más gente. Al llegar al puente Vecchio
me di cuenta de la causa de este fenómeno. El puente te atrapa. La multitud,
sus brillantes escaparates de joyeros antiguos, el río Arno…Todo llama tu
atención. Las tiendas de conocidas marcas de moda se reparten por las calles
aledañas.
Y como lo prometido es deuda aquí
está la sorpresa que os comentaba al principio, la Plaza del Mercado Nuevo, con
puestos en los que se pueden encontrar regalos muy chulos. Pero no podía irme
de Florencia sin pedir un deseo a Porcellino, el famoso jabalí de esta plaza. Allí
tocando su hocico, cerré los ojos y pensé en mi deseo.
¡Ciao Florencia!
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