martes, 15 de enero de 2013

Ciao!!


Ciao! No, no os vayáis todavía. No me estoy despidiendo. Es una bienvenida, aunque también una despedida. Ambas, para los italianos. ¡Eureka! ITALIA. Ese es mi primer destino. Volveré a mis pasos por algunos de los secretos de ‘la bota’. Pero, sin prisa. Por ahora nos vamos a Florencia.

Mi viaje hasta Florencia fue en tren. Desde Bastia, una pequeña localidad de la región de Umbria, en el centro de Italia, hasta la dorada Toscana. Trenitalia, es el nombre de la compañía de ferrocarriles que invade la geografía italiana, un equivalente a nuestra Renfe. El viaje en tren una grata experiencia. No tenía ganas de bajar, algo que en España raras veces ocurre. De este a oeste, el paisaje nos sorprendía cada vez más. Las maravillosas vistas del majestuoso Lago Trasimeno me impedían, incluso, pestañear. Y más aún cuando supe que es posible acceder a algunas de las islas que se alzan en su interior.

El trayecto fue bastante rápido, a pesar de las dos horas y media, aproximadamente. El precio bastante asequible, algo extraño en este país, tan solo 13’45 euros por pasajero. Por cierto, no hay que olvidar validar el billete antes de subir al vagón en las máquinas destinadas a ello. En caso contrario, el revisor puede asustarnos un poquito. Los asientos bastante confortables, aunque la limpieza, como siempre, brilla por su ausencia. Una constante que me acompañó en más de un momento de mi aventura italiana.

Por fin la llegada a Firenze. En concreto a la estación de Santa María Novella. Un regalo de la arquitectura moderna de los años 30 para un experto en el arte del diseño de edificios, como mi querido acompañante de viaje. 



Al salir de la estación y levantar la vista la pequeña iglesa de Santa Maria Novella, la que le da nombre a la estación nos adelantaba la belleza de este día. Y tras la sorpresa nos fuimos de mercadillo. Sí, ya sé que no es el mejor plan al llegar a una ciudad como ésta, pero el destino y nuestros pies nos condujeron al de la Piazza San Lorenzo. Souvenirs de todo tipo. Aunque si realmente os gustan los mercados, esperad a que os presente el que descubrí más adelante.



Por ahora, la visita obligada: la Basílica de Santa María dei Fiori, y la impresionante cúpula de Brunelleschi. Situarte en su interior, justo debajo de la semiesfera es realmente espectacular. Para mi disponibilidad horaria fue imposible esperar el turno en la monumental cola para acceder a la parte superior y admirarla más de cerca. Pero, a pesar de esta maravilla de la antigüedad, un fallo. De nuevo la suciedad. Para algunos, impronta del paso del tiempo. Pero bajo mi punto de vista, el ‘paso del tiempo’ no debería ocultar la riqueza del pasado.

“El David, vas a ver El David. La réplica está en la calle”. Todos me lo decían. Pero soy más de originales. Y ahí que fui. A por el mármol sobre el que Miguel Ángel clavó su cincel. ¡¡Impresionante!!! El lugar que ocupa en la Galleria dell’Academia tiene bastante que ver en esa impresión de grandeza. La escultura se halla al final de un corredor.  Una luz baja ilumina en este pasillo algunas de las primeras piezas del artista. Incluso, una Piedad que poco tiene que ver con la que días más tarde admiré en El Vaticano. Y levantas la mirada y una luz natural te llama. Justo ahí está él. Bajo una cúpula de cristal perfectamente diseñada para acogerlo.

Tras abandonar la galería y aún con la imagen del David en la retina un escaparate de la Via Ricasoli me saca de mis pensamientos. Os presento uno de mis descubrimienos: Tedora. Es una firma italiana de joyería. Muy similar a la conocidísima Pandora. Solo que en el caso de Tedora, se trata de piezas ‘made in Italy’, mientras que las creaciones de Pandora llegan de Tailandia. Además, Tedora tiene charms con los principales monumentos de Italia. ¡Están todos! Y no me pude resistir. El Coliseo ya es mío, mejor dicho, de la persona a la que se lo regalé. Una amante de Pandora y que ahora lo es también de Tedora.

Y llegamos a la Piaza Della Signoria. El Palazzo Vecchio, coronado por su enorme reloj, da la hora a la multitud de personas que allí se congregan. Los visitantes comparten espacio con numerosas esculturas que salpican la plaza. Este es el lugar que acoge la copia del David. Sinceramente, no hay comparación. Me quedo con el original, ya dije que yo no era de réplicas. Por cierto, allí me encontré con un viejo amigo, al que me hizo muchísima ilusión volver a ver. O eso creía yo.  Pensé que se tratataba de Mercurio, mi dios favorito de la mitología. Os explico. Según la leyenda, Mercurio era el mensajero de los dioses. Llevaba información de unos a otros. De ahí las alitas que decoran sus pies y que le daban mayor velocidad. Para algunos fue considerado el primer periodista. Para mí lo fue. Sin embargo, un experto en arte me recordó que Perseo también llevaba alitas y que la escultura que admiré en Florencia era la suya, la de Perseo. Confío en ver a mi favorito, a Mercurio, aunque tendrá que ser en otra aventura.
Escultura de Perseo con la cabeza de la medusa.
De nuevo la falta de tiempo me impidió admirar otra maravilla Fiorentina. El cuadro del Nacimiento de Venus de Botichelli y otras joyas del arte, se quedaron dentro de la Gallería Uffizi, mientras yo me dirigía rumbo a la Piazza Michelangelo y su mirador.

La plaza se encuentra en una cima, desde la que se pueden observar unas hermosas vistas de Florencia. Es posible acceder a través de dos líneas de autobuses (22 y 23), pero para los valientes como yo una empinada escalera arropada por las enormes copas de los árboles es el mejor recorrido posible. Al llegar a la cima (con la lengua fuera), las impresionantes vistas de la ciudad te hacen pensar que el esfuerzo y el cansancio han merecido la pena. Pero lo que parecía un simple día gris otoñal se tornó en tormenta que, aunque pasajera, me obligó a captar el momento bajo la lluvia.


Para descender de nuevo a la ciudad, no hubo que elegir. La meteorología nos lo dejó claro: el autobús. Con un coste de dos euros por persona, nos acercamos a nuestro próximo destino, el Palazzo Pitti. Una vez allí, el cielo dejó paso al sol para iluminar la enorme explanada donde los florentinos se tumban para admirar la grandeza del palacio renacentista. Y como ‘donde fueres haz lo que vieres’, pues allí nos plantamos. Tumbados bajo el sol de la Toscana.


Me hubiera quedado así horas y horas, os lo aseguro, pero había que continuar. A medida que nos acercábamos al río las calles se iban llenando de más y más gente. Al llegar al puente Vecchio me di cuenta de la causa de este fenómeno. El puente te atrapa. La multitud, sus brillantes escaparates de joyeros antiguos, el río Arno…Todo llama tu atención. Las tiendas de conocidas marcas de moda se reparten por las calles aledañas.

Y como lo prometido es deuda aquí está la sorpresa que os comentaba al principio, la Plaza del Mercado Nuevo, con puestos en los que se pueden encontrar regalos muy chulos. Pero no podía irme de Florencia sin pedir un deseo a Porcellino, el famoso jabalí de esta plaza. Allí tocando su hocico, cerré los ojos y pensé en mi deseo. 


                                                                          ¡Ciao Florencia!

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