¿Habéis adivinado dónde me detengo esta semana? La foto lo
dice todo: La Mancha. Su
skyline es inconfundible. Hacia allí apunta la brújula esta vez. La región que
un día recorriera el valiente don Quijote y su inseparable escudero Sancho
Panza esconde muchos secretos. Por eso os adelanto que, este vasto territorio,
será en más de una ocasión destino de mis salidas. Pero por ahora me centro en
mi visita a un pequeño pueblo al sur de la provincia de Toledo: Consuegra. Es
la segunda vez que mis pasos me han guiado hasta a él y confieso que creo que
no será la última.
El municipio toledano tiene una población en torno a los
once mil habitantes. No es demasiado grande, pero si nos centramos en sus
paisajes, su belleza lo hace inmenso. Aunque Consuegra no es solo un placer
para el sentido de la vista, sino también para el del gusto. Para los golosos,
sobre todo…Ya os contaré.
Nada más acercarte a la localidad y principalmente si lo
haces durante la tarde, cuando el sol comienza a descender, te das cuenta que
algo le da sombra. Una sombra silueteada. La del Cerro Calderico, donde los
molinos de viento y el Castillo de la
Muela custodian desde las alturas la localidad.
Aunque suene un poco a tópico, Consuegra es un típico pueblo
manchego. Sus casas en tonos tierra, recuerdan al suelo de las viñas que bañan la zona. Aunque siempre hay hueco para viviendas en las que aún se puede
apreciar la huella del pasado. Fachadas que salpican sus calles de dos
colores inconfundibles en este territorio: el blanco, con zócalos o detalles en
azul añil. Desde lo alto del cerro parece un cuadro en tonos cálidos, que el
pintor salpicó de añil.
Esa estampa la vi desde mi lugar favorito en Consuegra. Ya
os lo he anunciado antes: el Cerro Calderico. Allí un total de doce molinos de
viento típicamente manchegos coronan la cima y rodean el Castillo de la
Muela. La subida puede realizarse en coche
hasta varios puntos en los que es posible estacionar. Aunque yo recomiendo
caminar entre los molinos. Pero eso sí, abrigaos. El viento sopla muy fuerte y
si osáis ir durante la estación fría, como en mi caso, el aire es cortante,
helador. A pesar de todo, merece la pena.
La vista es impresionante. Hacia un lado, Consuegra y su
pictórico paisaje que ya os he comentado. Y hacia el otro: la Mancha. Su llanura,
perfectamente dividida por sus viñas. Desde ese lado es posible ver la puesta
de sol.
Cuando llegué a Consuegra ya vi los molinos desde sus
calles, pero verlos tan cerca es otra cosa. Ahora entiendo mucho mejor la
confusión del hidalgo don Quijote. Son gigantes. Blancos, blanquísimos y
coronados por unas enormes aspas que es posible incluso tocar. Aspas que un día
sirvieron para moler el trigo y que hoy descansan. Y algunas de ellas, incluso,
un poco descuidadas. Aquí tengo que confesar que la primera vez que visité Consuegra,
hace unos cuatro años aproximadamente, el aspecto era muy diferente. Ahora
parece que la crisis también les ha afectado, y les hace falta algún remiendo
que les devuelva su joven aspecto a pesar de la edad.
Cada molino tiene su nombre, todos se correponden con apodos
de El Quijote: Rucio, Bolero, Sancho,… Algunos conservan, incluso, la
maquinaria original del siglo XVI. El primero que se halla a la subida se ha
convertido en Oficina de Turismo, mientras que otros han adquirido usos muy distintos a
aquellos por los que nacieron. Ahora algunos han sido reconvertidos en tiendas de souvenirs y artesanía.
Entre los molinos se halla el Castillo de la Muela. Una fortaleza medieval
que nunca he llegado a ver sin la moderna grúa que lo “decora”. Un detalle que
contrasta con la belleza de la zona.
El frío, cada vez más intenso, nos hizo descender. Esta
segunda visita que hice a Consuegra, fue durante las pasadas Navidades, por lo
que antes de abandonar la localidad tuve muy clara mi siguiente parada. Además
mi estómago estaba totalmente de acuerdo.
Castillo de la Muela, en el Cerro Calderico |
Creación de las ánguilas de mazapán. / Web de Peces |
De sobra es conocida la buena fama de los mazapanes de
Toledo y sus pueblos. Y Consuegra no podía ser menos. No pude resistirme a
estas pequeñas delicatessen tan típicas de la fecha. Me decanté por la marca
Peces. Bueno, si soy sincera, me asesoró un manchego que ya los había catado.
En la avenida de la Constitución, junto al cauce del río Amarguillo
se encuentra la fábrica. Y allí, en los meses previos a la Navidad, es posible
adquirir los productos. Hay de todo. Y todo de una excelente calidad. Mis
favoritos son las ánguilas y los huesos de santo, pero tienen una amplia
variedad de dulces, tamaños y precios, por supuesto. Ya en el centro del
pueblo, en la calle de San Juan Bautista, se encuentra la tienda, abierta todo
el año. Y con un escaparate en madera, que hace la boca agua.
Y así me despedí de Consuegra, con su dulce sabor y
vislumbrando la silueta de los molinos en lo más alto, mientras caía la noche.
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