viernes, 25 de enero de 2013

Un dulce toledano



¿Habéis adivinado dónde me detengo esta semana? La foto lo dice todo: La Mancha. Su skyline es inconfundible. Hacia allí apunta la brújula esta vez. La región que un día recorriera el valiente don Quijote y su inseparable escudero Sancho Panza esconde muchos secretos. Por eso os adelanto que, este vasto territorio, será en más de una ocasión destino de mis salidas. Pero por ahora me centro en mi visita a un pequeño pueblo al sur de la provincia de Toledo: Consuegra. Es la segunda vez que mis pasos me han guiado hasta a él y confieso que creo que no será la última. 

El municipio toledano tiene una población en torno a los once mil habitantes. No es demasiado grande, pero si nos centramos en sus paisajes, su belleza lo hace inmenso. Aunque Consuegra no es solo un placer para el sentido de la vista, sino también para el del gusto. Para los golosos, sobre todo…Ya os contaré.

Nada más acercarte a la localidad y principalmente si lo haces durante la tarde, cuando el sol comienza a descender, te das cuenta que algo le da sombra. Una sombra silueteada. La del Cerro Calderico, donde los molinos de viento y el Castillo de la Muela custodian desde las alturas la localidad.

Aunque suene un poco a tópico, Consuegra es un típico pueblo manchego. Sus casas en tonos tierra, recuerdan al suelo de las viñas que bañan la zona. Aunque siempre hay hueco para viviendas en las que aún se puede apreciar la huella del pasado. Fachadas que salpican sus calles de dos colores inconfundibles en este territorio: el blanco, con zócalos o detalles en azul añil. Desde lo alto del cerro parece un cuadro en tonos cálidos, que el pintor salpicó de añil.


Esa estampa la vi desde mi lugar favorito en Consuegra. Ya os lo he anunciado antes: el Cerro Calderico. Allí un total de doce molinos de viento típicamente manchegos coronan la cima y rodean el Castillo de la Muela. La subida puede realizarse en coche hasta varios puntos en los que es posible estacionar. Aunque yo recomiendo caminar entre los molinos. Pero eso sí, abrigaos. El viento sopla muy fuerte y si osáis ir durante la estación fría, como en mi caso, el aire es cortante, helador. A pesar de todo, merece la pena.

La vista es impresionante. Hacia un lado, Consuegra y su pictórico paisaje que ya os he comentado. Y hacia el otro: la Mancha. Su llanura, perfectamente dividida por sus viñas. Desde ese lado es posible ver la puesta de sol.



Cuando llegué a Consuegra ya vi los molinos desde sus calles, pero verlos tan cerca es otra cosa. Ahora entiendo mucho mejor la confusión del hidalgo don Quijote. Son gigantes. Blancos, blanquísimos y coronados por unas enormes aspas que es posible incluso tocar. Aspas que un día sirvieron para moler el trigo y que hoy descansan. Y algunas de ellas, incluso, un poco descuidadas. Aquí tengo que confesar que la primera vez que visité Consuegra, hace unos cuatro años aproximadamente, el aspecto era muy diferente. Ahora parece que la crisis también les ha afectado, y les hace falta algún remiendo que les devuelva su joven aspecto a pesar de la edad.



Cada molino tiene su nombre, todos se correponden con apodos de El Quijote: Rucio, Bolero, Sancho,… Algunos conservan, incluso, la maquinaria original del siglo XVI. El primero que se halla a la subida se ha convertido en Oficina de Turismo, mientras que  otros han adquirido usos muy distintos a aquellos por los que nacieron. Ahora algunos han sido reconvertidos en  tiendas de souvenirs y artesanía.

Entre los molinos se halla el Castillo de la Muela. Una fortaleza medieval que nunca he llegado a ver sin la moderna grúa que lo “decora”. Un detalle que contrasta con la belleza de la zona.

El frío, cada vez más intenso, nos hizo descender. Esta segunda visita que hice a Consuegra, fue durante las pasadas Navidades, por lo que antes de abandonar la localidad tuve muy clara mi siguiente parada. Además mi estómago estaba totalmente de acuerdo



Castillo de la Muela, en el Cerro Calderico

Creación de las ánguilas de mazapán. / Web de Peces
 De sobra es conocida la buena fama de los mazapanes de Toledo y sus pueblos. Y Consuegra no podía ser menos. No pude resistirme a estas pequeñas delicatessen tan típicas de la fecha. Me decanté por la marca Peces. Bueno, si soy sincera, me asesoró un manchego que ya los había catado.

En la avenida de la Constitución, junto al cauce del río Amarguillo se encuentra la fábrica. Y allí, en los meses previos a la Navidad, es posible adquirir los productos. Hay de todo. Y todo de una excelente calidad. Mis favoritos son las ánguilas y los huesos de santo, pero tienen una amplia variedad de dulces, tamaños y precios, por supuesto. Ya en el centro del pueblo, en la calle de San Juan Bautista, se encuentra la tienda, abierta todo el año. Y con un escaparate en madera, que hace la boca agua.

Y así me despedí de Consuegra, con su dulce sabor y vislumbrando la silueta de los molinos en lo más alto, mientras caía la noche.




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